En nuestro cuarto día nos esperaba, además de una mañana de lluvia y niebla incesantes, una bonita excursión a Sintra, una localidad cercana a Lisboa y la visita allí de varios monumentos, a cuál más impresionante, que engrosan la lista del Patrimonio de la Humanidad.

Para llegar a Sintra cogimos un tren desde la Estación de Rossio en el centro de Lisboa. Con una frecuencia de unos 15 minutos, en poco más de 40 minutos estábamos en Sintra dispuestos a comenzar nuestra ruta. Además gracias a la Lisboa Card, no tuvimos que pagar nada por el trayecto a Sintra ya que el el viaje de ida y vuelta entra en las prestaciones de la tarjeta.

Sintra es una villa de unos 30.000 habitantes y posee un rico paisaje cultural, ya que en el siglo XIX se convirtió en un referente de la arquitectura romántica en Europa con la construcción de numerosos palacios, siendo, además, destino vacacional para las clases burguesas lisboetas, lo que le confirió gran riqueza y dotó de maravillosos detalles a sus palacetes. Asimismo en los alrededores de Sintra hay numerosos monumentos como el Palacio de Montserrate, el Convento de los Capuchos o el Palacio Nacional de Queluz dignos de ver, pero el día no daba para tanto así que nos centramos en los cuatro monumentos principales de la ciudad, que, sin embargo nos llevó todo el día visitar.

Para poder llevar a cabo nuestra ruta, y dada la distancia que hay entre los monumentos, algunos de ellos situados en las montañas que rodean Sintra, decidimos coger el autobús 434 en la puerta de la estación. El precio del billete es de 5€ y realiza un recorrido circular en el que puedes subir y bajar a lo largo del día en los distintos palacios.

Nuestra primera parada fue el Castelo dos Mouros, una fortificación militar que se remonta al siglo IX, durante la ocupación musulmana, para garantizar la defensa de Lisboa y vigilar la costa. Las vistas desde su muralla y sus múltiples torreones deben  de ser maravillosas, y digo, deben ser, porque la niebla que había ese día y la lluvia que cayó de repente a mitad de la visita, nos impidieron disfrutar de ellas, pero en días despejados se ve incluso la línea de costa. Puedes leer más sobre este castillo aquí.

Pero no íbamos a dejar que la lluvia nos chafara el día y a pesar de que se hizo más intensa proseguimos la visita hacia nuestra siguiente parada, el Palacio da Pena, quizá una de las imágenes más reconocidas y evocadoras de Sintra y una auténtica maravilla de la arquitectura romántica. Fue construido en el siglo XIX sobre los restos dañados por el terremoto de 1755 de un monasterio y, aunque la niebla estropeaba bastante las vistas le daba un encanto a la manera de los pintores románticos difícil de explicar.  Es, sin duda, uno de los monumentos que no te puedes perder cuando visitas Sintra. Puedes leer más sobre él aquí.

Con la tontería ya se había hecho la hora de comer así que, tras reponer fuerzas, y una vez ya en el casco histórico de Sintra qué mejor que tomar un café y probar alguna de las delicias de la pastelería portuguesa. Cómo no, las queijadas, unos pasteles parecidos a los de Belem pero con queso y los traveseiros de Sintra, unos hojaldres rellenos que se sirven calientes, fueron nuestras víctimas.

Tras ello, el sol volvía a lucir de nuevo y afortunadamente nos aguantó bien toda la tarde así que nos encaminamos a nuestra siguiente parada, el Palacio Nacional de Sintra, reconocible por sus dos chimeneas en forma de cono, sus paredes blancas y tejados rojos, fue fundado por los árabes, pero sirvió de residencia a la familia real portuguesa desde el siglo XII. Con la entrada al Palacio está incluida también la entrada a los jardines, a los que se accede por una puerta lateral.

Finalmente nos dirigimos a la Quinta da Regaleira y, bueno, qué decir, nos quedamos sin palabras. Para nosotros éste es uno de los monumentos de los que no puede prescindir una buena visita a Sintra. Los enormes jardines están repletos de pasadizos secretos, cuevas, grutas, esculturas… y en el palacio una exposición te cuenta miles de curiosidades sobre la fascinante iconografía de lo que se representa en el conjunto.

Una de las cosas más sorprendentes es el pozo iniciático, un pozo que asciende con una galería en espiral que, a su vez se conecta con otras grutas. Toda esta quinta era la residencia de verano de la familia Carvalho Monteiro y fue proyectada a finales del siglo XIX por el arquitecto Luigi Manini. Desde luego no puede dejar a nadie indiferente.

Aprovechamos hasta el último minuto de apertura de la Quinta da Regaleira y a las 18:30 comenzamos nuestro regreso hacia Lisboa, todavía impresionados y repitiendo una y otra vez que, tanto el palacio como los jardines eran, sin duda, lo que más nos había gustado del día. Una jornada que apareció lluviosa acabó con un muy buen sabor de boca, no solo por la visita sino, porque una vez en Lisboa pasamos por la pastelería Casa Brasileira y no pudimos evitar caer en la tentación de probar los Pingos de Tocha, unos pasteles en forma triangular a base de yema de huevo y azúcar y las rochas, una masa de frutas secas y miel. Sin duda que con algo dulce era la mejor forma de acabar el día.

-Puedes leer el viaje desde el principio pinchando aquí, o si prefieres seguir leyendo nuestro relato del día siguiente visitando la zona de la Expo y el oceanário pincha aquí.

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