La experiencia con los himbas en Namibia

Los Himbas, posiblemente sea una de las tribus más famosas de toda África. No hay muchos como ellos. Por eso, visitar un poblado himba es uno de los objetivos de todo  aquel que visita Namibia, su lugar de residencia. Su escaso ropaje, su piel pintada y sus curiosos campamentos chocan en esta locura que resulta ser la modernidad de vivir en pleno siglo XXI, pero los himbas, tan mágicos y misteriosos al mismo tiempo, parecen permanecer anclados en costumbres mucho más antiguas, pese a que hoy en día se han acostumbrado a esto del turismo y a recibir gente de fuera que les hace fotos.

Saliendo del eterno debate de si esto forma parte de un negocio o no, esta entrada pretende ser una puesta en escena de mi experiencia con los himbas, fuera del tan turístico poblado de Opuwo. Una experiencia a pequeña escala, y por lo que me dijo mi amigo Gabri (residente en Namibia desde hace varios años), algo más real.

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Durante mi ruta por Namibia había tenido la oportunidad de ver himbas por algunos sitios. Normalmente en las proximidades de algunos de los más famosos parajes naturales del país (Ethosa y Twylfelfontein por ejemplo) intentando vender alguna cosa a turistas. Mis ganas de conocerlos en persona aumentaban a medida que me cruzaba con uno de ellos, y mis ganas de llegar hasta Opuwo, donde mayor número de himbas dicen que hay aumentaban. Pero no fue así. Gabri nos lo desaconsejó aludiendo a que en esa zona los himbas están muy acostumbrados al turismo y que han hecho de ello su razón de ser. Nos aseguró que los veríamos a lo largo del viaje, y que desde luego, podríamos tener la experiencia de pasar un rato conociéndolos. Y así fue. La ocasión llegó en Uis. Bueno, a las afueras. Relativamente cerca de Brandberg.  Allí los encontramos. O bueno, allí nos encontraros, pues fueron los niños quienes salieron corriendo a la carretera a parar nuestro coche. Y lo mejor de todo. No había nadie, ni un solo turista. Solo nosotros. Y ellos, claro…

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No había muchos himbas en aquel poblado cuando llegamos. La verdad es que una madre joven y muchos chiquillos que andaban por allí correteando a sus anchas bajo el cuidado de aquella mujer. Los hombres del poblado habían salido a trabajar. Muchos de ellos se dedican al ganado. O tal vez a vender su artesanía por los alrededores de Uis. Y allí, junto a un pequeño tenderete montado junto a la carretera estuvimos un buen rato mirando la artesanía que aquellos himbas hacían. Collares y pulseras en su mayoría, pero también muñecos, muchos tallados en maderas y pintados con esa pintura a base de barro con el que ellos se cubren la piel. Si tenéis oportunidad alguna vez, traeros algunas de estas muñecas que hacen los himbas, porque sin duda son uno de los mejores regalos que te puedes traer de Namibia.

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Tras comprar alguna artesanía, pedimos permiso a la madre para intentar sacar alguna fotografía. Su respuesta fue que si siempre que pagáramos. Este es otro de los daños del turismo, cuando para un momento  que se prometía mágico te piden pasar por caja. No lo hicimos. Y no lo hagáis, pues sino seguiremos fomentando esto. Tras nuestra negativa a ello y hacer ademán de irnos, viendo que los pequeños no querían sino enredar y jugar con nosotros, dio su aprobación. A nosotros y a los niños, quien hacía rato esperaban una señal para venirse a jugar con nosotros. Ahí empezó la magia, un momento mágico, de esos que no se olvidan, y que hace que el viaje valga la pena solo por eso.

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Estuvimos cerca de una hora con ellos. Jugando sin parar, haciendo fotos y riéndonos. No creo que olvide jamás como mi metro noventa de altura se veía superado por seis niños que me trepaban hasta arriba sin cesar tirándome al suelo, me abrían la bolsa y me cogían el teléfono. No creo que olvide jamás la cara de alguno al verse reflejado en el móvil en modo selfie, y tampoco olvidaré el agradecimiento de ellos al sacarnos su cazuela con su comida para que comiéramos. Un arroz hervido en un agua bastante bastante negra. Una experiencia brutal, de esas que le marcan a uno.

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Después de jugar nos acercamos al campamento, a dar un vistazo por el poblado de casas, hechas en su mayoría con una mezcla de barro y pieles de animales, para completar y dar por finalizada una de las experiencias más especiales que he tenido hasta la fecha.

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