Nuestro segundo día de San Valentín en París lo destinaríamos a ver Versalles y a subir a la torre Eiffel. Para llegar a Versalles desde París, cogimos la línea C del RER, un tren de cercanías  el cual al cabo de unos 25 minutos te deja al lado del famoso palacio.

Versalles eran en su origen unos terrenos de caza del rey Luis XIII, aunque su sucesor, Luis XIV, decidió convertirlo en palacio real y trasladar la corte allí. En este palacio pasaron hechos históricos tan importantes como la coronación de Guillermo de Prusia como emperador de Alemania o la firma del Tratado de Versalles, que puso fin a la primera guerra mundial.

El palacio es una visita obligada cuando se viaja a París, aunque en febrero y debido a las bajas temperaturas el estado de los jardines resultaba un poco «precario». A pesar de esto, Versalles aun cuando hace frio, es una aglomeración continua de gente. La entrada es gratuita para los menores de 26 años y de unos 15 euros para los adultos. Es posible comprar distintos tipos de entrada que incluyen distintas salas. Nosotros en nuestro caso adquirimos las que nos daban derecho a recorrer tanto el palacio como los jardines por libre, e incluían audioguías.

En el interior del palacio destaca la Salón de los espejos sobre el resto de salas. En esta sala se firmó el famoso tratado de Versalles que acabó con la primera guerra mundial y también nació de esta sala en famosa leyenda de quien rompe un espejo tiene 7 años de mala suerte, ya que los criados de Versalles estaban amenazados de que si rompían un espejo tendrían que pagarlo, lo que les costaba siete años de sus pagas el poder pagarlo. De ahí el dicho que se conoce popularmente hoy en día.

Los jardines de Versalles son preciosos en primavera. En febrero la cosa cambia. Muchas de las plantas están congeladas, igual que las fuentes que adornan los jardines. Pero aun así el paseo por los jardines es bastante bonito. Destaca en los jardines L’Orangerie, que era el terreno donde el rey cultivaba sus naranjas, que eran las únicas naranjas que había en París, ya que en aquellos años sólo el rey podía cultivar naranjas.

Tras ver Versalles y pasar por allí hasta que cerraron a eso de las seis de la tarde, volvimos a París con la idea de ver la torre Eiffel y subir hasta arriba. Al ser de noche ya, la torre estaba iluminada viéndose desde cualquier punto de la ciudad. Tras esperar una hora de fila, al fin logramos entrar y subir hasta su punto más alto, desde donde vimos unas vistas de París de noche todo iluminado increíbles.

Primero subimos al primer piso, para posteriormente subir hasta arriba del todo. Eso sí, tal vez no fuese el mejor día para subir ya que estábamos a cinco bajo cero y la sensación térmica en el primer piso de la torre era terrible. En el segundo la cosa mejoró ya que está protegido aunque pierde gracia.

Tras bajar de la torre nos dirigimos a Trocadéro, el mejor sitio para hacerte la típica foto con la torre detrás, y tras ello, para el apartamento a darnos una ducha y a arreglarnos pues un amigo que residía en París nos llevaba a conocer la noche parisina por la zona de la Bastilla.

-Si quieres leer lo que hicimos en París el tercer día, pincha aquí

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